Cada una de las actividades que llevan a cabo diariamente nuestras organizaciones genera cierta cantidad de emisiones a la atmósfera, como las generadas durante la producción de la electricidad consumida en las oficinas y en las industrias, o también las producidas por los motores de combustión de los vehículos.
De todas las emisiones, ciertos gases contribuyen al calentamiento global de la atmósfera, por lo que a estos se les conoce como gases de efecto invernadero (GEI). De entre todos ellos, el más abundante es el CO2, por lo que suele hablarse de “carbono” o “CO2” cuando en realidad se está hablando de GEI.
Está de sobra comprobado que el aumento de la emisión de GEI tiene una relación directa con el calentamiento global, produciendo un aumento generalizado de la temperatura en el planeta. Pero el calentamiento no sólo hace que la Tierra se caliente, también provoca un cambio en las condiciones climáticas de cada uno de los rincones del planeta, lo que provoca el aumento de fenómenos meteorológicos extremos, el aumento del nivel del mar, cambios en las precipitaciones o incluso temperaturas por debajo de lo normal en momentos puntuales del año.
El cambio climático es el principal problema al que se enfrenta el planeta y la humanidad, ya que pone en peligro la producción agrícola y ganadera, que es la base de nuestra alimentación. Además, afecta a las condiciones de vida de las actuales generaciones y de las futuras, así como a la supervivencia de la flora y la fauna, por lo que cambio climático y sostenibilidad están íntimamente relacionados.
Para poder cuantificar los GEI y, por tanto, el impacto que una actividad o proceso tiene sobre el cambio climático, existe una magnitud conocida como huella de carbono, que mide el conjunto de emisiones de GEI producidas, directa o indirectamente, por personas, organizaciones, productos, eventos o regiones geográficas.
La huella de carbono utiliza una extraña unidad, el CO2 equivalente, y lo hace debido a que en ella misma se agrupa a todos los gases de efecto invernadero, estableciendo equivalencias entre cada uno de ellos y el CO2 para poder expresar en una única medida la huella de todos los GEI.
Conocer nuestras emisiones no solo nos permite entender cómo están contribuyendo al cambio climático, también cómo podemos mejorarlas y realizar un uso más eficiente de los recursos. Para ello será necesario gestionar adecuadamente nuestra huella de carbono, para lo que, además de calcularla, deberemos intentar reducirla y compensar las emisiones que no podamos reducir.
¿Cómo calcular la huella de carbono en tu empresa?
El cálculo de la huella de carbono de una organización supone evaluar las emisiones corporativas durante un periodo de tiempo determinado, normalmente un año natural. Este proceso puede ser abordado desde diferentes protocolos o metodologías, y debe definirse qué emisiones serán calculadas, utilizando para ello los denominados “alcances”: las emisiones directas constituyen el Alcance 1, las indirectas debidas al consumo y distribución eléctrica son el Alcance 2 y el 3 está formado por el resto de emisiones indirectas. Pongamos un ejemplo:
Una tienda online compra productos a sus proveedores para posteriormente venderlos a sus clientes. De todas las operaciones que se realizan en torno a esta actividad, el alcance 1 y 2 del eCommerce sería el derivado de la actividad de recepción, manipulación y empaquetado de la mercancía dentro de sus instalaciones, mientras que el alcance 3 correspondería a todas las emisiones restantes: producción de la mercancía adquirida, transporte hasta las instalaciones, transporte de los productos vendidos hasta el domicilio del cliente, etc.
Para poder calcular la huella de carbono convenientemente es necesario hacer una primera inmersión en la compañía para conocer sus características y operativa, así como para definir los alcances a incluir en el cálculo, que deberán ser al menos el 1 y 2. Una vez se hayan identificado las fuentes de emisión y se dispongan de los datos de actividad se podrá proceder al cálculo, el cual suele realizarse para años naturales completos.
La importancia de los proyectos de compensación de CO2
Como indicábamos más arriba, una correcta gestión de la huella de carbono corporativa llevaría aparejada la reducción de emisiones, para lo que se elaboran planes de mitigación adaptados a cada organización. Se trata de un grupo de medidas y estrategias con un plazo definido que tendrán por finalidad disminuir o evitar las emisiones incluidas en el cálculo. La primera y más efectiva opción de reducción de la huella de carbono es el aumento de la eficiencia en la producción, aunque suelen abordarse medidas de reducción directa como el uso de energías renovables, la mejora de la logística o la gestión de residuos.
Una vez hemos calculado las emisiones y hemos comenzado a reducirlas: ¿qué podemos hacer con las todas aquellas que no podemos evitar? La respuesta es recurrir a la compensación, un mecanismo que permite contrarrestar nuestra huella de carbono. Volvamos al: si nuestra tienda online ha emitido 1 tonelada de CO2 equivalente y plantamos tantos árboles como sean precisos para absorber otra 1 tonelada, estaremos haciendo que el balance total de nuestras emisiones sea 0.
Pero no solo se puede compensar mediante la absorción de carbono de la atmósfera, también existen proyectos que se encargan de evitar emisiones y que son igualmente efectivos, como por ejemplo las energías renovables. Volviendo al ejemplo anterior: si hemos emitido 1 tonelada y colaboramos con un proyecto de placas solares que absorbe otra tonelada, también estaremos haciendo que el impacto total de nuestras emisiones sea 0.
Existe un amplio catálogo de proyectos que nos permiten compensar la huella de carbono de cualquier organización, independientemente de su cuantía.
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